lunes, 6 de marzo de 2017

La orientación vocacional como experiencia subjetivante


Sergio Rascovan, Paidós, 2016

Reseña

            El libro que presentamos es una invitación a pensar las problemáticas denominadas vocacionales desde una perspectiva crítica como vía superadora de las modalidades tradicionalmente adaptacionistas, ya sean psicotécnicas, clínicas o mixtas.
            Nuestro objetivo es animarnos a conceptualizar e intervenir de otro modo. Para ello, es imperioso revisar los discursos y las prácticas existentes y proponer a cambio un modo alternativo que se centre en el respeto de la singularidad del sujeto que elige y en el registro de los atravesamientos propios del contexto sociohistórico en el que transcurre la vida humana.

            En sus páginas el lector podrá encontrar aproximaciones conceptuales sobre el campo de problemáticas de “lo vocacional” y sus diferentes tipos de intervenciones.
            El eje está puesto en los procesos de orientación vocacional, experiencias que se organizan como un dispositivo que bascula entre las prácticas pedagógicas y las psicoterapéuticas. En el marco de dichos procesos, se intenta explicitar la concepción de sujeto de quien consulta o solicita la intervención, la posición que asume el profesional a cargo de la coordinación y la especificación de los recursos y aspectos técnicos inherentes a este.

            Conviene aclarar desde el inicio el corrimiento que hacemos de las denominaciones habituales propias de nuestro campo, como son las de orientador y orientado u orientando. En su reemplazo, proponemos hablar de profesional de la orientación vocacional para nombrar a quien sostiene el proceso, y simplemente de sujeto para referirnos al participante de una experiencia cuyo objetivo central es la elaboración de proyectos futuros y la construcción de una decisión sobre un hacer, básicamente en el área de educativa y laboral.

            El significante “orientar” tiene un carácter directivo, o al menos, una distribución del saber en la cual el que consulta es quien –supuestamente– ignora, no sabe qué quiere y espera que el profesional –en posición de orientador– lo guíe, lo dirija, lo encamine. A su vez, las expresiones “orientado” y “orientando” (en este caso el uso del gerundio otorga una pretendida acción) coagulan el sentido en la medida en que ubican al sujeto en la posición de recibir un resultado, un diagnóstico, una predicción. Así, todo cierra. Los significantes otorgan sentido y clausuran todo movimiento que invite a la exploración, a la búsqueda, a la aventura del vivir. Por eso es que sostenemos que en este proceso no hay nada que orientar, ni nadie que pueda orientar.

            Sin embargo, hay mucho por hacer, que no es estrictamente orientar sino, antes bien, sostener una pregunta social –construida a partir de un tipo de sociedad que impone a los sujetos tomar decisiones en determinadas instancias de los trayectos educativos y laborales– y construir a partir de ella una pregunta singular, es decir, la que cada uno puede hacerse en algún momento de la vida. Desde luego hay determinados períodos en el recorrido vital que son paradigmáticos para el elegir, por ejemplo, la finalización de los estudios secundarios.

            En la actualidad, finalizar la escuela secundaria y encarar los procesos de transición constituyen, para los jóvenes, situaciones de gran incertidumbre. La velocidad en la que transcurre la vida humana es la antítesis de la regularidad y estabilidad de la vida social en otras épocas. Terminar la escuela secundaria implica pensar más allá de la elección de una carrera. Es transitar un momento de reacomodamiento que implica la reestructuración de representaciones vinculadas al presente y al proyecto futuro cuyos efectos tienen fuertes implicancias en la constitución subjetiva.
            El proceso de transición no deja de ser una oportunidad para recrearse a uno mismo, incluso en tiempos en los cuales se vive bajo amenaza de exclusión. Terminar la escuela, entonces, es una experiencia crítica con potencialidad creativa pero atravesada por el riesgo de perder un lugar material y simbólico en la trama social.

            Si le preguntáramos a un joven que está cursando su último año de escolaridad media cuál es la pregunta que más le hacen sus amigos, familiares, docentes o vecinos, no cabría duda que su respuesta sería la siguiente: ¿Qué vas a hacer? ¿Qué vas a estudiar?

            Estas son dos preguntas que refieren a lo mismo pero con sus matices. Mientras la primera alude al amplio campo del hacer que incluiría estudiar, trabajar, estudiar y trabajar o emprender otros proyectos, la segunda restringe las posibilidades de respuesta al ámbito del estudio, algo entendible en una sociedad que estimula el acceso a los estudios superiores pero que, presentado a modo de exigencia u obligación, puede obturar el deseo de estudiar del sujeto que elige, aspecto decisivo para poder sostener cualquier proyecto académico.
           
Por eso, los procesos de orientación vocacional deben tender a promover –frente a la pregunta instalada en la vida colectiva– su transformación en una pregunta singular: ¿qué me pregunto yo en estos momentos?

            Mientras en nuestro medio se sigue hablando de orientador-orientado sin observar las consecuencias teóricas, prácticas y hasta ideológicas, en la bibliografía anglosajona se denomina cliente a quien participa de estos procesos de orientación. Expresión que probablemente en otras latitudes no tenga el sentido marcadamente mercantilista que tiene en la lengua española y, por lo tanto, en el contexto iberoamericano.

            En nuestro país, tratando de tomar distancia entre el ser paciente, entendido como sujeto que efectúa una consulta y/o un tratamiento en el área de salud, y el ser estudiante que designa a quien transita un trayecto educativo en sus diferentes niveles y modalidades del sistema, se optó por la denominación de consultante, evitando patologizar o pedagogizar una práctica y reducir al sujeto a su ubicación en un dispositivo.

            Si algo debería caracterizar al sujeto que participa de una experiencia de orientación vocacional es su cualidad de buscador, de explorador. Buscar y explorar son operatorias que dan cuenta de la trama subjetiva y social propia de nuestra condición humana. No hay un adentro y un afuera. Explorar y buscar en la propia historia subjetiva, en las experiencias vividas y en el universo de oportunidades de estudio y de trabajo son acciones necesarias para elegir. Entonces, allí donde un profesional privilegiaría el conocer, indagar o evaluar a un sujeto, podríamos proponernos, en cambio, invitarlo a desplegar los diferentes aspectos que dan cuenta de los atravesamientos que lo constituyen y, en esa dinámica, convocarlo a que pueda, a través de su relato, conectarse consigo mismo, con los otros y con el mundo para intentar construir una elección sobre sus proyectos futuros. Evidentemente, este cambio de posición implica desplazar el protagonismo del profesional al sujeto que consulta.

            La orientación vocacional –término que seguramente algún día será reemplazado por otro que exprese de manera más palmaria su cometido– pensada y ejercitada como una experiencia subjetivante supone una ética centrada en el reconocimiento de las potencialidades de los sujetos, en el respeto por sus singularidades, en la inexistencia de un saber certero sobre el enigma de la vida y las vicisitudes del elegir. Una orientación vocacional subjetivante será posible desde una perspectiva crítica en tanto invite a pensar los temas y problemas en términos de entramados complejos, recurriendo a la lógica transdisciplinaria y promoviendo articulaciones intersectoriales en los abordajes e intervenciones.

Indudablemente los cambios sociales producidos en la última etapa histórica del capitalismo han generado profundas mutaciones en el área laboral y educativa. La herencia de la hegemonía de mercado –representada por gobiernos neoliberales a escala mundial y particularmente en Latinoamérica– provocó procesos de exclusión social y crecimiento de la pobreza que nos han interpelado y exigido la búsqueda de nuevas formas de pensar y actuar frente a los llamados problemas vocacionales.

            A partir del año 2003 en adelante los gobiernos posneoliberales de la región han intentado superar –y en buena media lo han logrado– el severo deterioro ocasionado en el tejido social expresado en procesos de fragmentación, exclusión y desintegración colectiva. Sin duda se avanzó mucho, pero persiste aún un nivel de vulnerabilidad social producto de agudos procesos de desigualdad. La restauración neoliberal en la región a partir del año 2016 promete profundizar el deterioro y complicar mucho la calidad de vida de los pueblos latinoamericanos.
En ese derrotero, no podemos seguir haciendo orientación vocacional como si nada hubiese ocurrido, como si el elegir qué hacer se desarrollase en contextos sociales estáticos. Los procesos sociales producen formas particulares de organizar la vida y de transitar los itinerarios subjetivos. Esas dinámicas que articulan lo social y lo subjetivo deben generar formas diferentes de pensar lo que hacemos y de saber lo que pensamos Será una tarea ineludible puntuar aspectos que caracterizan la época actual, tanto en los modos de organización y funcionamiento de las instituciones, como en los efectos que producen en la configuración de la subjetividad en general y en las trayectorias educativas y laborales en particular.

            Justamente, las políticas públicas de los gobiernos posneoliberales se orientaron a promover mayor inclusión social y ampliación de derechos. En este sentido, elegir qué hacer en la vida debe ser considerado un derecho de todos, al igual que recibir orientación vocacional, es decir, la posibilidad de ser acompañados en la construcción de sus trayectorias de vida, en especial, las educativas y laborales. Sostener ese derecho significa construir dispositivos de intervención en diferentes ámbitos: pedagógicos, de salud, sociocomunitarios. Dispositivos que se organicen con inventiva, imaginación y decisión para generar una práctica que abandone sus modalidades diagnosticadoras, clasificadoras y normalizadoras.

            Podríamos decir que alrededor del eje inclusión-exclusión se organiza la disputa conceptual y operativa. Con ella se reeditan las tradicionales tensiones entre concepciones adaptativas y emancipadoras: domesticar y ajustar a lo que se debe hacer o abrir canales liberadores que se distancien de los valores y las exigencias de los discursos sociales dominantes.

            Este libro que estamos presentando es el resultado de la búsqueda colectiva para promover maneras diferentes de hacer orientación vocacional. Tarea nada sencilla si se tiene en cuenta que en los últimos años se fueron reinventando formas clásicas y adaptacionistas de operar. Ha surgido una llamativa proliferación de pruebas estandarizadas para efectuar una (pretendida) evaluación psicológica, por un lado, y promover una clínica con “diagnósticos vocacionales” esquemáticos y deshumanizantes, por otro. En oposición a esas perspectivas, nos proponemos intentar responder creativamente a las nuevas demandas sociales, animándonos a crear espacios subjetivantes frente a la topadora objetivante de las prácticas de mercado.

            Una experiencia subjetivante en orientación vocacional convoca a desmontar los discursos que promueven la libre elección de los sujetos encubriendo las desigualdades existentes en nuestras sociedades, no solo en las oportunidades sino en los puntos de partida, es decir, desigualdad de posiciones. En este sentido, psicologizar es una operatoria encubridora de las diferentes variables que configuran las problemáticas del elegir qué hacer.

La igualdad de posiciones busca ajustar la estructura de las posiciones sociales sin poner el acento en la circulación de los individuos entre los diversos puestos desiguales. En este caso, la movilidad social es una consecuencia indirecta de la relativa igualdad social. En pocas palabras, no se trata tanto de prometer a los hijos de los obreros que tendrán tantas oportunidades de llegar a ser ejecutivos como las que tienen los hijos de estos últimos, como de reducir la brecha en las condiciones de vida y de trabajo entre los obreros y los ejecutivos. No se trata tanto de permitirles a las mujeres que ocupen los empleos hoy reservados a los hombres, como de hacer que los empleos que ocupan tanto las mujeres como los hombres sean tan iguales como sea posible (Dubet, 2011).

            Por eso no hay práctica sin ideología. La elección es un proceso y un acto que se lleva a cabo en un escenario social que tiene ciertas reglas de juego que deben ser conocidas pero que, también, pueden ser transformadas.
            La perspectiva crítica en orientación vocacional promueve una práctica articulada con la salud mental comunitaria en tanto y en cuanto considera a las problemáticas psicosociales, al padecimiento humano y a la conflictividad del vivir como una trama inseparable en la que se articulan la vida social con la vida subjetiva. La plurideterminación de los problemas psíquicos nos lleva a pensar que hay vivencias subjetivas de sufrimiento que, en rigor, son efectos de conflictos sociales. La subjetividad es, de este modo, una subjetividad producida, una subjetividad contextualizada.

            En nuestro presente, esto significa pensar las problemáticas vocacionales y sus formas de intervención en el marco de los lineamientos de la Ley Nacional de Salud Mental 26657 que “reconoce a la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona” (art. 3). A su vez, la misma norma jurídica define que “se debe promover que las autoridades de salud de cada jurisdicción, en coordinación con las áreas de educación, desarrollo social, trabajo y otras que correspondan, implementen acciones de inclusión social, laboral y de atención en salud mental comunitaria” (art. 11).

            El presente libro es, en cierto sentido, continuación de otros referidos a la temática (Rascovan, 2005; 2010; 2012). Se basa en los mismos fundamentos conceptuales y operativos. Sin embargo, el interés central de esta obra está puesto en la revalorización de la orientación vocacional como experiencia subjetivante. El eje gira alrededor del dispositivo clínico. Una clínica concebida desde una perspectiva crítica, que permite pensar al sujeto en un entramado social y bajo lógicas de poder que lo atraviesan y con las que tendrá que lidiar.

            Cabe aclarar, sin embargo, que las experiencias subjetivantes no se reducen a ese dispositivo. Las prácticas pedagógicas y sociocomunitarias también pueden serlo. El Programa “Dar PIE: pensar, intercambiar, elegir” que llevó a cabo el Ministerio de Educación de la Nación ha sido muestra de ello. Fue una política pública que promovió una práctica de orientación vocacional en las escuelas secundarias de todo nuestro país procurando devolverle al estudiante el protagonismo en la construcción de su propia elección y de sus proyectos de vida. Por eso, podemos señalar que las prácticas subjetivantes pueden –y deben– promoverse en el campo educativo, comunitario y, desde luego, en la clínica.

            Esta obra tiene la pretensión de colaborar en la transmisión de una clínica que trascienda el abordaje de enfermedades y de trastornos para implicarse con el malestar, el padecimiento y las conflictividades de la vida cotidiana, entre ellas, las relacionadas con la elección de qué hacer en la vida. En otras palabras, una clínica que desborde y supere los límites de la psicopatología, devolviéndole su fluidez, su dinamismo y el optimismo de saber que algo podemos hacer para que un sujeto produzca una historización simbolizante en la que pueda interrogarse sobre su propio deseo y su propia búsqueda, tanto singular como colectiva.
            En un mundo fascinado por el éxito, el rendimiento y la excelencia, hay tensiones fuertes entre las metas y los logros. Si la persona se siente apta para el futuro, toma como desafío la búsqueda de nuevos objetivos, de nuevos proyectos. Si el futuro la asusta, se repliega a la nostalgia. (Hornstein, 2013:32)

            Más allá de toda tecnología y estandarización, una clínica en orientación vocacional es, ante todo, un espacio de escucha para que circule la palabra. Son los relatos del consultante los que irán configurando la escena. El profesional acompaña con su escucha atenta y con intervenciones tendientes a devolverle al sujeto su propio saber. Este es un proceso que, a propósito de la elección de un proyecto futuro, supone un paréntesis en la vida de un sujeto a la espera de que algo advenga como una verdad sobre sí mismo.

            Junto a la conceptualización de una clínica ágil, dinámica y creativa en el abordaje de las problemáticas vocacionales, se propone una caja de herramientas con recursos que ayuden a activar los procesos de elección y a colaborar a que el consultante se conecte con su problemática y pueda hablar. Se describen juegos como “Una Lotería muy especial”, “Imágenes ocupacionales”, “Historia vocacional”, “Encuesta a padres” y otros. Se explicitan sus características, sus potencialidades y las formas posibles de intervenir por parte del profesional.

            Por último, destinamos el capítulo final al relato de experiencias sobre procesos de orientación vocacional que ilustran las problemáticas existentes al momento de elegir qué hacer, el posicionamiento ético del profesional, su escucha y sus intervenciones.

            La invitación está hecha. El debate está abierto. Los esperamos en las páginas del libro.






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